miércoles, 21 de agosto de 2013

Mis frustraciones II. Tachame el batero


Ya está. No voy a ser estrella de rock. Lo tengo acá, atragantado.

Pero no importa, hace un tiempo me hice cargo de eso, de lo que ya no voy a ser. Entonces un día, sin darme cuenta, en el medio de un recital, ya no pensé en romper la guitarra contra un parlante, no quise saludar a los gritos y despeinada a Buenos Aires, no pensé que fuera una linda noche para fumarse un porrito, y sentí que quizá lo mejor sería tener un novio roquero, para vivirle la vida, para consumirle la energía, para sentir el rock desde adentro. Rock, quiero consumirte tu rock, nene. Ahora.

Me gusta el baterista, le digo a Paula, que estaba por casualidad a mi lado y que tenía bastísima experiencia en el campo musical. Yo lo ignoraba.

-Baterista no. Nunca, me dijo.

-Por?

-Si te vas con el baterista tenés que esperar que desarme la batería. Guarda cada cosita en su lugar, platillos, bombo, caja, todo. Después de guardarlo todo hay que cargar en el flete. De ahí te vas en flete a dejar las cosas a la sala de ensayo. De ahí un taxi hasta la casa del batero, que seguramente -salvo que te levantes a Charly Alberti- vas a tener que pagar a vos. Recién a esa hora, si tenés suerte y no tomó mucha merca, por ahí te coge. No te diste cuenta y se hicieron las 6 de la mañana. Baterista no, nunca.

-Ok, ok, me convenciste. Tachame el batero.